Siempre he mantenido que el sector oleícola es un sector complejo, subestimado e incluso menospreciado. Sin embargo, pienso que estos adjetivos se quedan muy pequeños cuando nos levantamos cada día, ponemos rumbo a nuestro campo y este es generoso, gratificante y complaciente con nosotros.
El que me conoce, sabe mi pasión por los aceites de oliva y, aunque mi experiencia en este sector es muy corta, me está permitiendo ver cómo va evolucionando en los últimos años. No os voy a mentir, todos los días me levanto con ilusión y sufrimiento a partes iguales.
Ilusión de seguir formándome y creciendo para dar todo de mí y hacer una olivicultura y una elaiotecnia un poco mejor. Y sufrimiento, al ver cómo hay disparidad y desigualdad de criterios en los diferentes eslabones de esta cadena oleícola. Y es que, en este sentido, tenemos mucho que mejorar.
¿Por qué os cuento esto? En nuestra región, la mayor y más importante desde el punto de vista de la producción de aceite de oliva virgen extra, son cada vez más las zonas que están apostando por la obtención de zumos de calidad.
Importantes granelistas de toda la vida y pequeños productores que se están iniciando en este momento, tienen un objetivo común. Una apuesta firme por la preservación de la biodiversidad, por la restricción en el uso descontrolado de productos fitosanitarios, por el cuidado del olivar y del fruto durante todo el año y por el mimo en la recolección. Todo para que este llegue intacto a la almazara. En definitiva, una unión a diferentes escalas que engloba a todas las personas involucradas en cada proyecto para la obtención de aceites de máxima calidad.
Y es así, lo mismo un día puedo estar en una almazara que muele 25 millones de kilos anuales -en la que se han hecho 300.000 kilos de aceite de oliva virgen extra de alta gama en esta campaña, cuando el pasado año solo se hicieron 50.000 kilos-, que lo mismo voy a una almazara que en agosto era solo un proyecto y que hoy recepciona la aceituna en cajas de fruta -y se obtienen solo 100 kilos de aceite de oliva virgen extra en cada jornada-.
Hace 10 años, uno producía aceites de calidad media-baja y otro ni existía. Hoy confluyen en un mismo punto y cada vez son más las iniciativas similares que se suman a este nuevo reto y reman en la misma dirección de la supervivencia de nuestro olivar y nuestros aceites de oliva.
Sin embargo, hay otras zonas dentro de esta misma región donde la realidad es muy diferente. Lo que voy a citar a continuación es doloroso, pero también sé que es una realidad sabida por todos. La aceituna es la única fruta que se tira al suelo para recogerla, es la única que se consume sobremadura y, aun así, en muchas ocasiones, al zumo extraído de ella se le llama “virgen extra”.
Y con esto, quiero hacer una reflexión sencilla:
Como ciudadanos, consumidores o trabajadores profesionales de nuestro producto, ¿nos hemos planteado dar respuesta alguna vez a las siguientes preguntas?
¿Sabemos cómo es el aceite de oliva virgen extra?
¿Sabemos qué calidades hay?
¿Sabemos cuál es el momento óptimo del fruto para su recolección?
¿Sabemos qué condiciones son las adecuadas para su obtención y conservación?
¿Qué sabemos de nuestro aceite?
Son muchos interrogantes sin respuesta y el margen de mejora como ciudadanos, consumidores y trabajadores profesionales de nuestro producto, es muy amplio.
Sin embargo, hay algo que, en muchas ocasiones, nos impide avanzar: la confianza.
La confianza en todos los jóvenes que apuestan por este sector.
Jóvenes cargados de energía, de ilusión, de ideas nuevas.
Jóvenes que lo único que queremos es hacer más prósperos nuestros municipios.
Jóvenes sobre los que recae el peso de mantener la vida en las zonas rurales.
Jóvenes dispuestos a mantener el olivar tradicional como método de cultivo rentable y sostenible.
Y ahora quiero hacer otra reflexión:
Nos estamos acostumbrando a ver nuestros olivos centenarios recorrer en camiones las carreteras de nuestra provincia y nuestro país, metidos en macetas, para finalmente acabar en rotondas o jardines vistiendo copas de diferentes formas perfiladas como si de un disfraz de Carnaval se tratase.
¿No nos duele ver a nuestros olivos centenarios y milenarios convertidos en plantas ornamentales cuando han sido el sustento de tantas y tantas familias de antaño?
¿Tenemos que esperar a que un organismo como la UNESCO valore lo que no somos capaces de apreciar? Realmente, ¿nos paramos a pensar cómo podemos diversificar nuestros ingresos y a buscar otras fuentes de ingresos anuales que nos puedan permitir hacer rentable nuestro olivar?
Quiero despedir este artículo de opinión dejando una cuestión sencilla sin resolver, para que reflexionemos, para que juntos rememos en una misma dirección y para dar la respuesta que nuestro olivar tradicional y nuestros aceites de oliva necesitan:
¿Lo estamos haciendo bien?